Obesidad e hipertensión: el rol de la grasa abdominal

Por Alejandra Folgarait

Obesidad e hipertensión: el rol de la grasa abdominal

Si bien la obesidad es un factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares, la relación entre adiposidad e hipertensión arterial es compleja. De hecho, muchos obesos no padecen hipertensión. La cuestión no parece estar en la cantidad de grasa distribuida en el organismo sino en el lugar donde se deposita. Según un estudio publicado en la revista del American College of Cardiology, la adiposidad que rodea a los riñones es clave en la hipertensión vinculada a la obesidad.

Con 400 millones de personas obesas en el mundo, la obesidad se ha convertido en un problema mayúsculo de salud pública. En la Argentina, el 18% de la población es obesa, según datos del Ministerio de Salud de la Nación, y se estima que más de un cuarto de los argentinos padecerán de obesidad en el año 2030. Se sabe que las personas obesas mórbidas viven entre 6 y 8 años menos que las que tienen un peso normal. Y un estudio alemán presentado por Peter Schwandt en el reciente Congreso Europeo de Cardiología mostró que los jóvenes obesos tienen seis veces más riesgo de sufrir hipertensión que el resto.

Aunque es indudable la participación de factores genéticos y ambientales en la hipertensión ligada a la obesidad, aún resultan oscuros los mecanismos por los cuales la adiposidad se vincula tanto con un aumento de la presión arterial como con un incremento de la enfermedad coronaria, la insuficiencia cardíaca, la muerte súbita, la enfermedad renal crónica y el accidente cerebrovascular.

En un nuevo estudio sobre obesidad e hipertensión arterial publicado por JACC, investigadores de la Universidad de Texas Southwestern, en Estados Unidos, siguieron la evolución de 903 personas normotensas (57% mujeres, 60 % personas no blancas, IMC de 27,5 en promedio) englobadas en el Dallas Heart Study.

Al cabo de siete años, un 25% de ellos habían desarrollado hipertensión (presión arterial mayor a 140/90 mmHg). Como era de esperar, muchos de los hipertensos tenían un alto Índice de Masa Corporal (IMC) al comienzo del estudio. Pero lo sorprendente fue que la hipertensión no se asoció a la grasa subcutánea de estas personas sino a la adiposidad visceral y, especialmente, a la retroperitoneal, que rodea los riñones y las glándulas adrenales.

Los investigadores evaluaron la hipertensión a través de cinco registros en el consultorio. Además, los científicos hicieron resonancias magnéticas nucleares del abdomen para calcular la grasa subcutánea, la intraperitoneal y la retroperitoneal. La adiposidad inferior fue evaluada mediante densitometría. Finalmente, se analizaron una serie de biomarcadores sanguíneos de obesidad y enfermedad cardiovascular (proteína C reactiva, interleukina 6, leptina, adiponectina, entre otras).

Las personas que desarrollaron hipertensión arterial fueron mayormente las que tenían al inicio un IMC alto y más edad, las que tenían diabetes y eran de raza negra. Pero el factor que más influyó en la hipertensión no fue el peso de las personas sino la ubicación de su tejido adiposo. La grasa de la parte inferior del cuerpo no se asoció con la hipertensión. En cambio, el tejido adiposo visceral y, en particular, la grasa retroperitoneal mostraron un vínculo estrecho con la hipertensión.

“Hace tiempo que conocemos la asociación entre el Índice de Masa Corporal y la hipertensión arterial. Los estudios poblacionales muestran que cuando una persona aumenta de peso, aumenta linealmente su presión arterial”, explica la cardióloga argentina Mónica Díaz. “Lo importante de este estudio es que ahora vemos por resonancia magnética que los que tienen más grasa retroperitoneal tienen más hipertensión, asociando una vez más la función renal con la hipertensión arterial”, afirma la ex directora del Consejo Argentino de Hipertensión Arterial de la SAC.

Para el cardiólogo Mariano Giorgi, director del Consejo de Epidemiología y Prevención Cardiovascular de la SAC, la investigación puede tener relevancia científica pero no tendrá un impacto clínico. “El estudio confirma mediante imágenes algo que se presume por las evidencias epidemiológicas, que vinculan la circunferencia abdominal a la hipertensión. Pero la resonancia magnética tiene un rol marginal en la evaluación de la grasa abdominal. Lo más fácil y económico es utilizar el peso y el perímetro abdominal o la bioimpedancia para evaluar la cantidad de grasa visceral”, afirma Giorgi, quien es también profesor de Farmacología en el Cemic y en la Universidad Austral.

¿Por qué el tejido adiposo visceral, y no la grasa subcutánea, se asocia a la patología cardiovascular? Los autores del estudio estadounidense sostienen que “hay crecientes evidencias de que el tejido adiposo visceral representa un depósito patológico de grasa que se acumula cuando los depósitos subcutáneos resultan sobrepasados o no están disponibles para el almacenamiento”.

El tejido adiposo visceral segrega más citoquinas inflamatorias que el subcutáneo. Además, la grasa visceral se asocia a la resistencia a la insulina y predice la diabetes en obesos.

“El tejido adiposo visceral podría ser el vínculo que relaciona el Índice de Masa Corporal con la enfermedad cardiovascular, y podría estar actuando en parte como promotor del desarrollo de la hipertensión y la resistencia a la insulina”, escriben los investigadores de Dallas, quienes sugieren también que la grasa retroperitoneal podría provocar un aumento de la presión arterial por efecto de la compresión que ejerce sobre los riñones, a través de la retención de sodio.

Mónica Díaz coincide: “La grasa retroperitoneal altera la dinámica renal y aumenta la presión intrarrenal, lo que puede alterar la presión arterial. El mecanismo fue descripto hace muchos años por John Hall, quien mostró en perros que el aumento de la grasa intra-abdominal aumenta la presión en la cavidad; esta presión comprime la médula renal y altera su hemodinamismo.” Pero Mariano Giorgi subraya que la hipertensión arterial es una enfermedad multicausal. “Si bien la grasa retroperitoneal produce sustancias que pueden tener un efecto paracrino sobre las glándulas suprarrenales, generando hipertensión arterial, se trata de una hipótesis teórica y, en mi opinión, no de las más sustentables”, desliza Giorgi.

En un editorial que acompaña el estudio, el cardiólogo Lawrence Krakoff, del Hospital Mount Sinai, advierte que “aún no es claro si el aumento de grasa retroperitoneal es una causa o un resultado de los mecanismos que aumentan la presión arterial asociada a la obesidad”. Sin embargo, Krakoff alienta el desarrollo de métodos sencillos para identificar a la grasa retroperitoneal como predictora del desarrollo de hipertensión vinculada a la obesidad.

Obesidad e hipertensión: el rol de la grasa abdominal
Cuando una persona come en exceso, la grasa se deposita bajo la piel y en el interior del abdomen. Según un nuevo estudio, la adiposidad visceral –y especialmente la retroperitoneal– se vincula con la hipertensión en los obesos.

 

Los depósitos de grasa y las hormonas

Obesidad e hipertensión: el rol de la grasa abdominal

La grasa que se deposita en el abdomen (obesidad central) genera la “forma de manzana” del cuerpo, mientras que la grasa subcutánea localizada en la parte inferior del cuerpo (obesidad periférica) da lugar a la “forma de pera” y se asocia con menos riesgo cardiovascular.

El tejido adiposo no sólo opera como un depósito de energía sino que también puede funcionar como un órgano endócrino, alterando la producción de hormonas como la leptina (que regula el apetito) y la adiponectina (que influencia la respuesta de las células a la insulina).

La grasa visceral también fomenta la producción de citoquinas (como la interleuquina 6 y el factor de necrosis tumoral), compuestos que participan en reacciones inflamatorias crónicas ligadas a eventos cardiovasculares.

Si bien el depósito de grasa alrededor de los riñones (adiposidad retroperitoneal) y del corazón (adiposidad pericárdica) es mucho menor en volumen a la adiposidad abdominal, puede tener un efecto local importante en términos paracrinos, fomentando la producción de compuestos ligados a la inflamación que actúan sobre células vecinas.

 

 

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