Día Mundial del Corazón: Entre la realidad de hoy y la salud digital del futuro
Si bien el cáncer es hoy la primera causa de muerte en los países desarrollados, las enfermedades cardiovasculares continúan liderando la mortalidad en los países de bajos y medianos ingresos. En la Argentina, 1 de cada 3 fallecimientos en hombres y mujeres se debe a causas cardiovasculares, y se estima que se producen más de 40.000 infartos de miocardio al año.
El panorama sanitario actual en la Argentina es preocupante. El 35% de la población padece hipertensión, mientras que el 30,7% tiene colesterol por encima de los 200 mg/dl. Uno de cada 4 argentinos presenta obesidad. El 69% de los adultos no hace suficiente actividad física durante la semana y, aunque las cifras disminuyeron significativamente en los últimos años, aún fuma el 22% de los mayores de 18 años en el país.
Se podría seguir citando cifras de la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (2018) para recordar el Día Mundial del Corazón. También se podría reafirmar que entre el 70 y el 80% de la morbimortalidad cardiovascular se evitaría reduciendo los factores de riesgo modificables, como el tabaquismo, el sedentarismo, la alimentación inadecuada y la ingesta de alcohol. Pero lo cierto es que más que el pasado, lo que parece deslumbrar a los cardiólogos actualmente es la revolución digital en marcha.
Aunque vivan a miles de kilómetros de donde se desarrollan los últimos dispositivos–como el reloj inteligente que es capaz de detectar fibrilación auricular, el teléfono que hace ecocardiogramas y la balanza que pesa mientras obtiene un electrocardiograma- son las novedades en salud digital y los fenómenos generados por las redes sociales los que hoy desvelan a los cardiólogos argentinos. No es para menos: los avances que posibilitó internet (como la telemedicina ) y la medicina de precisión que habilitó la genómica son lo que se viene. Y nadie quedar afuera del maravilloso mundo de la tecnología cuando de ciencia se trata.
Después de todo, un metaanálisis publicado hace unos días por Lancet Digital Health confirmó que la Inteligencia Artificial llegó para quedarse, ya que puede diagnosticar enfermedades con la misma habilidad que un profesional.
El verdadero poder detrás de esta “magia diagnóstica” es una técnica de procesamiento de datos conocida como deep learning, que no sólo analiza cantidades fabulosas de datos (por ejemplo, imágenes) en un parpadeo sino que también encuentra patrones impensados en cuestión de segundos. Como los humanos, los algoritmos inteligentes aprenden a partir de los datos y de sus propios errores para hacer diagnósticos y pronósticos cada vez más precisos, que compiten con los de los mejores expertos médicos.
Es cierto que, entre los miles de estudios publicados sobre Inteligencia Artificial, sólo 25 pudieron ser seleccionados para el primer metanálisis del mundo debido a su pobre diseño metodológico y a la escasez de validación independiente de los resultados. También es verdad que ningún algoritmo superó la capacidad humana para el diagnóstico de enfermedades; a lo sumo, la igualó.
Al comparar la performance del deep learning respecto de los profesionales humanos en 14 estudios, los investigadores encontraron que los algoritmos detectaron correctamente una enfermedad en el 87% de los casos, comparados con el 86% alcanzado por los médicos. La capacidad de excluir a pacientes que no están enfermos también fue similar: 93% de especificidad para las máquinas vs. 91% para los humanos.
“Existe una tensión entre el deseo de usar diagnósticos nuevos, potencialmente salvadores de vidas, y el imperativo de desarrollar evidencia de alta calidad para beneficiar a los pacientes y a los sistemas de salud en la práctica clínica”, reflexionó Xiaoxuan Liu, investigador de la Universidad de Birmingham, en Gran Bretaña. “Una lección clave de nuestro trabajo es que un buen diseño del estudio es importante en la Inteligencia Artificial, ya que en ésta se pueden introducir fácilmente sesgos que desvirtúen el resultado. Estos sesgos pueden conducir a afirmaciones exageradas sobre la buena performance de la Inteligencia Artificial que no se traducen al mundo real”, aclara el primer autor del estudio de Lancet Digital Health.
Medicina de precisión
Aunque la Inteligencia Artificial sea lo que más brille hoy en los congresos de Cardiología, como el que la ESC llevará a cabo el próximo 5 de octubre en Tallin, Estonia, lo que tendrá más impacto en el tratamiento futuro de los pacientes quizás sea la medicina de precisión. Ésta incluirá los algoritmos inteligentes y la genómica para tomar decisiones en pacientes individuales.
Los expertos anticipan que la adecuación de la terapia farmacológica al perfil genético y epigenético de cada paciente revolucionará la Medicina, en general, y la Cardiología, en particular.
El camino al screening genético está sembrado de obstáculos pero pocos dudan de que será fundamental a la hora de diagnosticar y tratar pacientes en el futuro. Conocer el perfil genético de los tumores y otros tejidos biopsiados no serán suficientes, en el futuro, para decidir qué droga utilizar. También será indispensable investigar las raíces genéticas de las enfermedades y sus rutas moleculares específicas, el ambiente y los estilos de vida de un paciente para tratarlo en forma individual.
Los investigadores que miran al futuro ya se preguntan: ¿Son todas las insuficiencias cardíacas y las arritmias iguales y merecen ser tratadas con idénticos fármacos? ¿Cuáles son los genes que están “encendidos” o “apagados” en cada cardiomiopatía y, por lo tanto, responderán en forma diferente a los tratamientos? ¿Cómo diseñar drogas para cada subgrupo de pacientes en lugar de tratar las enfermedades como categorías en sí mismas? ¿Cuán confiables serán las predicciones de la inteligencia artificial en poblaciones que no se han considerado como fuente de los datos?¿Cómo se garantizará la privacidad de los datos de los pacientes utilizados para “alimentar” los algoritmos y los resultados de los estudios genéticos que se ofrecerán a los consumidores sin mediación de un médico?
Para encontrar respuestas a estos interrogantes, los científicos utilizan cada vez más los grandes volúmenes de datos producidos por el Big Data y, también, los estudios genómicos que están disponibles, al menos, en los países desarrollados. También trabajan con otros especialistas en comités de ética y participan en la discusión de las leyes que regularán el acceso a los datos. Pero la tecnología corre más rápido que los debates sociales.
En cuanto a los pacientes, resulta claro que se beneficiarán con un mayor control de sus historias clínicas digitalizadas; con consultas médicas a distancia; con aplicaciones móviles que monitorearán parámetros de presión arterial y frecuencia cardíaca, además de detectar otros biomarcadores; con los resultados de estudios al alcance de un click y con el acceso a información a través de las redes sociales.
Todas estas revolucionarias novedades tecnológicas, sin embargo, contrastan con la dura realidad del mundo: todavía mueren 18 millones de personas cada año por enfermedades cardiovasculares, mientras el Chagas se expande por el continente americano y afecta ya a más de 6 millones de personas. Al mismo tiempo, aumentan la diabetes y la obesidad asociadas a los síndromes coronarios, de la mano de alimentos ultraprocesados para consumo rápido.
Si se suma la crisis climática a la contaminación ambiental y a las epidemias generadas por mosquitos (como el Zika), el futuro no es tan optimista como lo publicitan las empresas tecnológicas. De ahí la importancia de generar conciencia sobre los desafíos cardiológicos pendientes y difundir la necesidad de cambiar el estilo de vida para prevenir a tiempo las enfermedades crónicas. En el Día del Corazón, vale recordar que cada latido humano, cuenta.
Por Alejandra Folgarait