Estrés crónico: cómo desencadena eventos cardiovasculares
Por Alejandra Folgarait
La reciente muerte de la actriz estadounidense Debbie Reynolds, un día después del fallecimiento de su hija Carrie Fisher, volvió a poner en escena la cardiomiopatía aguda por estrés. Si bien finalmente la autopsia desestimó que la famosa actriz hubiera muerto como consecuencia de un síndrome de Takotsubo disparado por la terrible notica, el estrés sigue estando en primera plana respecto de las enfermedades cardiovasculares.
Nuevos estudios, publicados en The Lancet, acaban de mostrar que el estrés crónico puede afectar al cerebro y, mediante un mecanismo complejo, desencadenar un evento cardíaco. Todo indicaría que el estrés emocional es un factor de riesgo tan importante como el colesterol o la hipertensión para el corazón.
El estrés psicosocial -producido por las exigencias laborales o el desempleo, los conflictos amorosos y otras vicisitudes humanas- se ha convertido en un creciente factor desencadenante o agravante de enfermedades de todo tipo. Estudios experimentales en animales y humanos mostraron hace tiempo que el estrés agudo y el crónico contribuyen a la aterosclerosis. Ahora, un estudio norteamericano confirma la asociación entre el estrés crónico y los eventos cardiovasculares, y revela el mecanismo neuroinflamatorio que podría explicar el impacto negativo del estrés sobre las arterias.
El estudio principal, encabezado por el especialista en imágenes cardiológicas Ahmed Tawakol, del Massachussetts General Hospital, consistió básicamente en el análisis de tomografías computadas y PET con inyección del biomarcador 18F-FDG realizadas en personas sin antecedentes de enfermedad cardiovascular. Cabe destacar que las imágenes 18F-FDG PET/CT pueden utilizarse para cuantificar simultáneamente el metabolismo en ciertas regiones cerebrales, en el tejido hematopoyético y en la pared de grandes vasos arteriales.
El objetivo central del estudio fue analizar la actividad metabólica de la amígdala cerebral. La amígdala incluye, en realidad, un par de centros grises con forma almendrada –uno dentro de cada hemisferio cerebral- que tienen un rol fundamental en el procesamiento de las emociones y, especialmente, el miedo. Se sabe que la amígdala participa en la respuesta del sistema simpático al estrés. En animales, además, el estrés promueve una proliferación de las células progenitoras en la médula ósea e incrementa la producción de citoquinas, potenciando la aterosclerosis.
Los investigadores de Boston analizaron las imágenes de la amígdala en 293 personas mayores de 30 años, en las cuales también estudiaron los niveles de inflamación en la arteria carótida o aorta y la actividad de las células de la médula ósea. Tras un seguimiento de casi 4 años, los investigadores encontraron que 22 sujetos habían padecido 39 eventos cardiovasculares y que la actividad aumentada en la amígdala –señal de estrés emocional- se asociaba con el aumento de la incidencia posterior de infarto de miocardio, insuficiencia cardíaca y ACV. Además, los científicos de la Universidad de Harvard y sus colegas observaron en las imágenes una correlación entre la alta actividad de la amígala, el aumento de la actividad hematopoyética (en la médula ósea y el bazo) y el incremento de la actividad de ciertas células inflamatorias en las paredes arteriales.
PET/TC de cerebro (amígdala), aorta y médula ósea. A la izquierda, baja actividad de la amígdala sin eventos cardiovasculares. A la derecha, alta actividad de amígdala en pacientes que sufrieron luego eventos. Fuente: A. Tawakol et al. The Lancet. 2017.
Según los autores del estudio, la actividad exacerbada en la amígdala permite predecir la ocurrencia de diversos eventos cardiovasculares (angina inestable, infarto, ACV, insuficiencia cardíaca, entre otros).
La investigación longitudinal fue complementada con un pequeño estudio de corte transversal en individuos que tenían una historia de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés). Psiquiatras de la Icahn School of Medicine en Nueva York les administraron a 13 pacientes un cuestionario psicométrico y también les hicieron un PET/CT del cuerpo entero. Nuevamente, en este estudio el estrés percibido se asoció con aumentos en la actividad de la amígdala, la inflamación arterial y la proteína C reactiva.
“Si bien el vínculo entre el estrés y la enfermedad cardíaca se ha establecido hace tiempo, el mecanismo no se entendía claramente”, recuerda Tawakol. “Los estudios con animales habían mostrado que el estrés activa la médula ósea para que produzca glóbulos blancos, lo cual lleva a la inflamación arterial. Nuestro estudio sugiere que existe un camino análogo en los humanos. Por primera vez, identificamos la región cerebral que vincula el estrés con el riesgo de ataque cardíaco y cerebral”, se entusiasma el especialista en imágenes cardíacas del Massachussetts General Hospital y profesor de la Universidad de Harvard.
“El diseño de este estudio muestra cómo una excelente idea que genera una buena pregunta de investigación puede hacer grandes aportes conceptuales, utilizando información de banco de datos”, evalúa Carlos Tajer, ex presidente de la SAC. “En este caso, el estudio longitudinal fue retrospectivo, es decir, tanto los estudios PET-TC como el seguimiento ya habían transcurrido cuando los autores formularon la pregunta y fueron a buscar los datos, reanalizando los PET-TC. Esto no le resta valor, y la suma del estudio de corte transversal agrega a la correlación entre estrés percibido y actividad amigdalina”, explica el cardiólogo argentino.
Los científicos proponen que existen dos vías biológicas por las cuales el estrés conduce a eventos cardiovasculares. Por un lado, el estrés activa la amígdala y desencadena una respuesta simpática. Por el otro lado, la mayor actividad en la amígdala lleva a una hiperactividad de la médula ósea, la liberación de citoquinas y la subsecuente inflamación arterioesclerótica, que desencadena trombos y eventos cardiovasculares.
¿Será verdadera esta hipótesis? “Los autores han demostrado en forma objetiva que existe una asociación entre estado de activación de la amígdala, actividad de la médula ósea, inflamación en la pared vascular y el desarrollo de eventos cardiovasculares”, reflexiona Tajer y continúa: “Es tentador asumir una relación causal, siguiendo un hilo conceptual: la mala vida, sometida a tensiones y emociones negativas, se refleja en un incremento de la actividad de la amígdala. Esa vivencia de amenaza o alerta permanente induce una modificación en la médula ósea, incrementando la proliferación de glóbulos blancos y una facilitación de la respuesta inflamatoria de la pared vascular en presencia de otros factores que tiendan a irritarla. En este caso, diversos factores de riesgo, como el tabaquismo o la diabetes”, señala el editor de la Revista Argentina de Cardiología.
Si bien la existencia de un eje neural-hematopoyético-arterial requiere más estudios para su confirmación, los resultados de Tawakol y sus colegas ofrecen algunas oportunidades para reducir el riesgo cardiovascular atribuible al estrés crónico. “Se podría aconsejar a los individuos que tienen un elevado riesgo cardiovascular que utilicen técnicas de reducción del estrés si se sienten estresados”, apunta Tawakol. Entre las técnicas de relajación que han evidenciado leve a moderada eficacia se encuentran el yoga y el mindfulness. Recientemente, un ensayo clínico mostró también que técnicas de disminución del stress agregadas a la rehabilitación cardiovascular redujeron eventos.
Otra opción es suministrar a los pacientes cardíacos cuestionarios sencillos, como el PSS-10, para evaluar el estrés que perciben, y luego indicar terapias anti-estrés. “Sin embargo –advierte Tawakol-, todavía hacen falta grandes ensayos clínicos para confirmar que la disminución del estrés reduce el riesgo cardiovascular”. En cualquier caso, dice el especialista en imágenes, “la manipulación farmacológica del eje amígdala-médula ósea-arterial podría abrir nuevas oportunidades para el tratamiento no sólo de las enfermedades cardiovasculares sino de otras condiciones inflamatorias y el cáncer”. Para Tajer, el estudio todavía es muy preliminar pero “el camino de identificar respuestas emocionales específicas y mediadores puede dar resultados con gran impacto en la prevención a mediano plazo”.