Expectativa de vida: aumentó 10 años
Por Alejandra Folgarait
La expectativa de vida humana alcanzó el nivel más alto de la historia: un hombre que nace hoy en el mundo puede esperar vivir 69 años, mientras que una mujer puede alcanzar 74,8 años en promedio. Pero la longevidad no viene sola. Si hoy se viven 10 años más que en 1980, la contracara es que se padecen más enfermedades crónicas, advierten especialistas en salud pública.
La salud mundial es un escenario plagado de paradojas, según una serie de estudios epidemiológicos publicados recientemente en un número especial de la revista The Lancet. El aumento de una década en la expectativa de vida mundial –de 62 a 72 años en promedio- puede atribuirse al desarrollo económico y a la disminución del 33% en las muertes por HIV/Sida, además de la reducción en la mortalidad global por diarreas y malaria. Con todo, muchos problemas persisten y otros, se presentan con nuevas facetas.
A diferencia de la expectativa de vida general –que aumentó 10 años en el mundo-, la expectativa de vida saludable sólo subió 6 años en el mismo período. Esto significa que la gente está viviendo más años con enfermedades y discapacidad. Por otra parte, los avances en salud no son homogéneos. En Siria, la expectativa de vida masculina disminuyó 11,3 años entre 2005 y 2015, debido al conflicto armado.
“Los resultados del estudio GBD (Global Burden of Disease 2015) muestran que el mundo se ha vuelto más saludable en los últimos 25 años. Sin embargo, este progreso no ha sido universal”, afirman Christopher Murray, director del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington, y sus colegas en The Lancet.
Por primera vez, los epidemiólogos del consorcio GBD elaboraron un Índice de Desarrollo Sociodemográfico (SDI, por sus siglas en inglés) que se basa en tres indicadores predictivos de salud: ingreso per cápita, nivel de educación y tasa de fertilidad de cada país. El SDI permite reemplazar la clásica -pero inadecuada- clasificación entre países desarrollados y en desarrollo, y evaluar la relación entre el desarrollo y la salud de un país. Cuanto más alto el SDI, señalan los expertos, mayor el impacto de las enfermedades crónicas. En este sentido, cabe señalar que la Argentina tiene un SDI de nivel medio-alto.
Con el nuevo índice, los especialistas esperan que los gobiernos puedan evaluar el impacto real de las intervenciones en salud a medida que se apliquen los Objetivos de Desarrollo Sustentable de Naciones Unidas para el año 2030 (SGD, por sus siglas en inglés).
“El desarrollo empuja, pero no determina la salud”, aclara Murray. “Vemos países que mejoraron más rápido de lo que podría explicarse por sus ingresos, educación o fertilidad”, apunta el epidemiólogo. Es el caso de Uruguay y Marruecos, cuyos avances en salud han sido mayores a lo esperado por su desarrollo económico. En cambio, dice Murray, “seguimos viendo otros países –incluyendo los Estados Unidos- que son mucho menos saludables de lo que deberían, dados sus recursos”.
Según los nuevos trabajos científicos, en los que participaron 1.870 autores, 7 de cada 10 personas mueren hoy por enfermedades no trasmisibles, como cáncer, cirrosis, enfermedad coronaria, fibrilación auricular, ACV o Alzheimer. Si bien fallecen menos individuos por desnutrición que hace 30 años, la abundancia de alimentos – mejor dicho, el exceso de grasas y azúcar en la alimentación actual- disparó una “epidemia” de obesidad y diabetes que se suma ahora a la de enfermedades cardíacas.
Entre 1990 y 2015, señalan los epidemiólogos, disminuyó un 25% la exposición global al tabaco, la contaminación del aire hogareño, el retraso del crecimiento infantil y el saneamiento inseguro (cloacas). Pero en el mismo período aumentó un 25% la exposición a varios riesgos ocupacionales y al uso de drogas. También se incrementó la exposición al colesterol alto, a las dietas altas en sodio y al alcohol. Además, el 10% de la población mundial padece migrañas tensionales, caries, herpes genital y problemas visuales o auditivos, entre otros problemas crónicos.
Si en 1990 las causas principales de años de vida perdidos por discapacidad (DALYs, por su sigla en inglés) habían sido las infecciones respiratorias bajas, las complicaciones de partos prematuros y las diarreas, en 2015 sólo las enfermedades respiratorias estuvieron entre las tres principales causas de años de vida perdidos por discapacidad. Las primeras dos causas fueron la enfermedad isquémica del corazón y la enfermedad cerebrovascular.
“La carga de la enfermedad (los años perdidos por muerte prematura y discapacidad) cambió de las enfermedades comunicables, maternas, neonatales y nutricionales a las enfermedades no comunicables discapacitantes (adicción a drogas, pérdida visual y auditiva, osteoartritis, etc.) debido a un aumento en el número de la población y el envejecimiento”, subrayan Murray y sus colegas.
En cuanto a la pérdida de salud (medida por años vividos con discapacidad, o YLD), las principales causas en el mundo siguen siendo el dolor de cuello y espalda, las alteraciones de los sentidos, la depresión y la anemia por deficiencia de hierro.
El top ten de riesgos
Un análisis de las causas de mortalidad revela que las enfermedades cardiovasculares (ECV) continúan siendo el culpable número uno de las muertes de origen no infeccioso en el mundo. En 2015, se produjeron 17,9 millones de muertes en el mundo por ECV, mientras que el cáncer causó 8,8 millones de muertes y las enfermedades respiratorias crónicas, 3,5 millones.
En cuanto a los factores de riesgo de muerte prematura, en 2015 encabezaron la lista mundial el tabaquismo, la hipertensión arterial, la glucemia elevada, el IMC (Índice de Masa Corporal) alto y la desnutrición infantil.
Los expertos estimaron que, particularmente en la Argentina, los 10 factores de riesgo de discapacidad y muerte fueron la hipertensión, el tabaquismo, el alto IMC, la glucemia elevada, el colesterol total excesivo, el alto consumo de alcohol, el bajo consumo de granos enteros y frutas, una baja tasa de filtrado glomerular y la contaminación ambiental.
Ante esta situación, el objetivo mundial de reducir un 25% las enfermedades cardiovasculares para el año 2025 –que comparte la SAC- adquiere una relevancia fundamental.
La buena noticia regional es que la expectativa de vida saludable sobrepasó lo esperado en América latina durante los últimos 25 años. La mala es que la violencia interpersonal y la diabetes se convirtieron en los mayores culpables de discapacidad y muerte en países de Latinoamérica y el Caribe.
En 2015, murieron 5,8 millones de niños menores de 5 años en el mundo, lo que representa la mitad que en 1990. Las mujeres que mueren durante el parto también descendieron un tercio durante este período. Sin embargo, los Objetivos del Milenio trazados en el área de mortalidad infantil (reducción de dos tercios de muertes de menores de 5 años entre los años 1990 y 2015) y mortalidad materna (reducción de tres cuartos) no se cumplieron en la mayoría de los países latinoamericanos. Sólo 10 países del mundo lograron reducir 3 de cada 4 muertes maternas.
Transición epidemiológica
De la mano del crecimiento y el envejecimiento de la población, los expertos advierten que la transición epidemiológica entre la morbi-mortalidad causada por infecciones y la causada por enfermedades crónicas parece haber alcanzado el clímax en 2015.
“Las tendencias globales sugieren que las enfermedades no transmisibles impondrán el desafío de una supervivencia más larga acompañada de una expansión de la morbilidad a la que deberán hacer frente los sistemas sanitarios”, señala el epidemiólogo K. Srinath Reddy. “Si bien tenemos que promover vigorosamente la prevención primaria, aumentarán las demandas de prevención secundaria para personas con enfermedades no transmisibles”, pronostica el especialista de la Public Health Foundation, de India.
Ante quienes critican los estudios epidemiológicos de la magnitud del GBD como meros ejercicios para estimar catástrofes presentes y futuras, el epidemiólogo hindú responde: “El mapeo de tendencias y las proyecciones futuras del GBD, al igual que las predicciones del cambio climático, ofrecen una imagen de a dónde se dirige el mundo si no actuamos resueltamente para diseñar un futuro más sano y seguro para toda la humanidad”. Conocer el estado de la salud mundial con precisión es el primer paso para trazar intervenciones efectivas y corregir el rumbo sanitario antes de que sea demasiado tarde para lágrimas.