Proyecto 226: cómo influyó la industria del azúcar en los cardiólogos
Por Alejandra Folgarait
Tras décadas en las sombras, documentos recién sacados a la luz revelan que la industria del azúcar influenció a científicos de Harvard para que escribieran y publicaran una revisión que favoreciera la hipótesis de que las grasas –y no la sacarosa- se relacionaban con el aumento del colesterol y la enfermedad coronaria.
La revelación, publicada en Jama Internal Medicine por el cardiólogo y experto en salud pública Stanton Glantz y sus colegas de la Universidad de California en San Francisco, tuvo un gran impacto en distintos medios de comunicación, como el diario The New York Times y la revista Time.
Glantz ya había saltado a la fama cuando denunció las maniobras de las tabacaleras para ocultar los efectos negativos de los cigarrillos sobre la salud. Ahora, su investigación sobre las acciones de la industria norteamericana del azúcar volvieron a ponerlo en la primera plana.
Glantz y sus colegas descubrieron que, en la década del ‘60, la Sugar Research Foundation de Estados Unidos encargó -bajo el nombre “proyecto 226”- a tres investigadores de la Universidad de Harvard que redactaran una revisión sobre el impacto de los carbohidratos y las grasas en el metabolismo del colesterol y la enfermedad aterosclerótica. Por ese entonces, se discutía si el azúcar o las grasas polinsaturadas eran las responsables de la epidemia de muertes cardíacas en Estados Unidos.
Tras recibir unos 6.500 dólares (equivalentes a 50.000 al día de hoy) y los artículos científicos que le interesaban a la industria, los investigadores Mark Hegsted y Robert McGandy, supervisados por el profesor Frederick Stare, escribieron un review que salió publicado en dos partes en NEJM. Básicamente, los expertos de Harvard concluían que “sin dudas” la única intervención en la dieta para prevenir la enfermedad coronaria era reducir el colesterol de la dieta norteamericana a través de la sustitución de grasas saturadas por grasas instaturadas. En cambio, los investigadores no le dieron relevancia a la asociación, que también encontraron, entre el consumo de azúcar y la enfermedad cardiovascular. En ninguna parte del artículo de NEJM se aclaraba el rol que había tenido la industria azucarera en la revisión.
Si bien la política para hacer públicos los conflictos de interés de los investigadores recién se estableció a mediados de los ’80 y los autores no estaban obligados a dar a conocer sus lazos con la industria, lo cierto es que la revisión de los expertos de Harvard tuvo una gran influencia en la dirección que tomó la investigación cardiológica y en las guías alimentarias que se establecieron más tarde en Estados Unidos.
“Este incidente cincuentenario puede parecer historia antigua, pero es bien relevante porque responde algunas cuestiones pertinentes de nuestra era. ¿Es verdad que las compañías de alimentos deliberadamente manipulan la investigación a su favor? Si, y la práctica continúa”, señala Marion Nestle, investigadora en Nutrición de la New York University, en un editorial que acompaña el paper en JAMA Internal Medicine.
Ante la publicación de los documentos, la Sugar Association (heredera de la Sugar Research Foundation) emitió un comunicado donde reconoce que debió haber sido más transparente, pero que se trata de eventos ocurridos hace 60 años. Según los azucareros estadounidenses, “las últimas décadas de investigación han concluido que el azúcar no tiene un papel único en la enfermedad cardíaca”.
“El enfoque del trabajo de Glantz es interesante y el editorial que lo acompaña, mucho más”, señala Hernán Doval, director de la Revista Argentina de Cardiología. “Como dice Marion Nestle, no se trata de un problema del pasado sino de algo muy actual. La industria tiene una gran influencia en la financiación de los estudios científicos y en muchos casos obtienen resultados que apoyan sus intereses”.
Doval no duda de que el azúcar es tan responsable como las grasas en el aumento del colesterol, y subraya que la epidemia actual de obesidad y diabetes está íntimamente vinculada a la alimentación chatarra y el consumo de gaseosas. Según el médico de la SAC, los nuevos documentos no hacen más que confirmar investigaciones previas que vinculaban a una empresa de gaseosas con actividades para fomentar el ejercicio físico y distraer la mirada sobre el papel de las bebidas azucaradas y los malos hábitos alimentarios en la obesidad.
De hecho, Nestle (no la compañía sino la investigadora de Nueva York) señala que “los estudios científicos independientes suelen encontrar una asociación entre el consumo de gaseosas y la mala salud, mientras que los estudios financiados por la industria no lo hacen”. También los fabricantes de chocolates suelen financiar estudios que terminan reportando beneficios para la salud cardiovascular, según las investigaciones de Marion Nestle.
Los “sugar papers” constituyen un nuevo capítulo en la historia secreta de los conflictos de interés de nutricionistas y cardiólogos. Seguramente, no será el último.