Apellidos indisolubles de la Cardiología: Keith y Flack
Vamos en esta ocasión a referirnos a otros dos médicos cuyos nombres se citan como uno solo, y que cierran el ciclo de los anatomistas y fisiólogos que desentrañaron el misterio del origen y conducción del impulso eléctrico en el corazón: Keith y Flack.
Arthur Keith nació en Escocia en 1866, sexto en una familia de diez hijos. Seis años antes Darwin había publicado su Origen de las Especies, a cuya lectura Keith atribuyó fuerte influencia en su desarrollo y vocación. Se recibió de médico en la Universidad de Aberdeen a los 22 años, y pasó los siguientes tres ejerciendo en una compañía minera en Siam, lo que hoy es Tailandia. Allí se concentró en estudiar la anatomía de los monos locales, y dio así los primeros pasos en lo que sería su área de interés el resto de su vida: la anatomía comparada, la antropología y la evolución del género humano.
De nuevo en Aberdeen, se doctoró en Medicina y en Miembro del Colegio Real de Cirujanos, y en 1895 en docente de anatomía de la Escuela Médica de Londres. Y es en el ejercicio de ese cargo donde lo encuentra nuestra historia. A fines del siglo XIX una polémica apasionaba a anatomistas y fisiólogos: ¿dónde se originaba el latido del corazón? Había dos posiciones encontradas: la miogénica sostenía que el impulso primero era de origen muscular; la neurogénica atribuía el latido a nervios o ganglios nerviosos. Recordemos que en 1893, en una publicación de pobre difusión Wilhelm His hijo había descripto el haz de fibras que lleva su nombre, que vinculaba aurículas y ventrículos, pero que His no supo definir claramente si conducía el impulso eléctrico. Por otra parte, dicho haz, en el mejor de los casos, no podía ser el punto inicial en la generación del latido. Keith formaba parte de la pléyade de especialistas consagrados a resolver el enigma. En 1903 estableció relación con James Mackenzie, que había inventado un polígrafo para registrar el pulso arterial y el yugular. El registro gráfico permitía inmiscuirse en la traducción mecánica de arritmias pobremente explicadas, y por lo tanto en el camino sinuoso del impulso eléctrico. Mackenzie comenzó a enviar a Keith corazones de pacientes que habían muerto como consecuencia de arritmias que él había registrado, para que el anatomista encontrara la correlación con la estructura.
Inicialmente Keith desesperó: sus exploraciones no conseguían dar con el haz que His había descripto. «He renunciado a la búsqueda… habiendo llegado a la conclusión de que no hay y nunca hubo tal cosa» le escribió a Mackenzie en enero de 1906. Mackenzie le hizo llegar un artículo en el que Ludwig Aschoff describía el novísimo hallazgo de Sunao Tawara, acerca del nodo aurículo ventricular y su relación con el haz de His. Siguiendo la descripción, Keith pudo corroborar la existencia del haz, y reconoció en otra carta sentirse muy torpe por haberlo negado. Pero su reivindicación estaba por llegar.
En 1903 Keith había rentado una casa de campo en Kent. Allí había conocido a un tendero, el Sr. Flack, que tenía un hijo estudiante de Medicina, Martin. Surgió entre Arthur Keith y Martin Flack una fuerte amistad y colaboración. Leamos las memorias de Keith: «una personalidad atractiva, de cabello rubio y piel blanca, de mirada brillante, bajo y fuerte, mi ideal de un joven sajón; feliz, siempre listo para el trabajo o el juego…«. Como vemos, una descripción que parece hacer hincapié en ciertos componentes racistas; volveremos luego ese punto. Lo cierto es que la tarea conjunta fue progresando, centrada en develar la naturaleza del sistema de generación y conducción del impulso eléctrico. Y en un día de verano de 1906, tras haber confirmado Keith la existencia del haz de His gracias a la publicación de Tawara, la tarea pudo completarse. Mientras Keith y su esposa andaban en bicicleta por el campo que rodeaba la casa, Flack estudiaba al microscopio un corazón de topo. Y cuando Keith volvió de su paseo, Flack le mostró su hallazgo: «una estructura maravillosa en la aurícula derecha, justo donde la vena cava superior entra a dicha cámara«. Y pudieron confirmar el descubrimiento en corazones de ratas, ratones y erizos, y publicar que habían encontrado «…un remanente de fibras primitivas… en estrecha conexión con el vago y los nervios simpáticos, con un suministro arterial especial. Estas fibras son estriadas, fusiformes, con núcleos alargados bien marcados, plexiformes en disposición y embebidas en tejido conectivo… de estructura muy similar al nodo de Tawara«. De allí infirieron que era en esa estructura de donde debía surgir el ritmo dominante del corazón. Estudios posteriores de Thomas Lewis confirmarían la verdad de la aseveración.
Martin Flack desarrolló su carrera como fisiólogo insigne en Londres y Bélgica y publicó experimentos sobre la estimulación mecánica y térmica del nódulo sinusal así como con diferentes drogas. Llegó a ser director de investigación médica de la Real Fuerza Aérea y murió de endocarditis en 1931.
La vida de Arthur Keith fue más rica en contrastes. Autor de textos seminales de anatomía y embriología, Presidente del Real Instituto Antropológico de Gran Bretaña, miembro de la Real Sociedad, Caballero, Presidente de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, y, cerrando el círculo, Rector de la Universidad de Aberdeen donde se había recibido. Pero, sobre todo ello, una autoridad mundial en el campo de la paleoantropología, la anatomía comparada y la teoría de la Evolución. Como tal se vio envuelto en otra polémica más difundida: la del verdadero origen del ser humano. Keith negaba que el hombre de Java y el de Neanderthal fueran antepasados del hombre actual. El hallazgo en Piltdown, cerca de Sussex, de huesos fósiles humanos en un lecho de grava del Pleistoceno por parte de un abogado aficionado a la paleontología, Charles Dawson, pareció confirmar que Homo Sapiens era de un origen muy anterior al supuesto. Pero, ¿se trataba de restos todos de la misma especie?. Había incongruencia entre el tamaño del cráneo y el de la mandíbula, esta última parecía simiesca y el cráneo humano. Además, en la reconstrucción, las vértebras quedaban tan cerca del paladar que el hombre no hubiera podido respirar ni tragar. Aquí intervino Keith. Como autoridad en la materia, volvió a disponer los restos de que se disponía, y demostró que el cráneo y la mandíbula coincidían, que se trataba de un hombre y por lo tanto del más antiguo conocido. ¡El antepasado del hombre era inglés! En una época de fuerte desarrollo del nacionalismo, este hallazgo era un timbre de honor. Los años demostraron que el hombre de Piltdown era un fraude: el desgaste de algunas piezas había sido provocado, los huesos habían sido coloreados para relacionarlos con el lecho geológico. ¿Había mentido Keith deliberadamente? Los especialistas sostienen que no, pero que pese a su enorme experiencia cayó en el engaño y creyó en él. Quizás porque (y ya leímos la descripción que había hecho de Flack) lo animaban posturas cerradamente nacionalistas, raciales, y no pudo ser objetivo. En uno de sus últimos libros, Una nueva teoría de la evolución humana, sostuvo que el espíritu nacionalista es un potente factor en la diferente evolución de las razas. Envuelto en polémicas sobre el origen del hombre, como lo había estado en otras sobre el origen del latido cardíaco, dedicó sus últimos años a filosofar sobre la evolución moral de la especie, y murió en 1955.
Llegamos al final de estos apuntes sobre los descubridores del sistema de generación y conducción del impulso eléctrico en el corazón. Y no deja de ser una paradoja que si el mismo se origina en el nódulo de Keith y Flack, y pasa luego por el nodo de Aschoff Tawara, el haz de His y las fibras de Purkinje, el orden cronológico de los descubrimientos haya sido exactamente el contrario: Purkinje, His, Aschoff Tawara, Keith y Flack.
Dr. Jorge Thierer
Fuentes consultadas
Silverman M, Hollman A. Discovery of the sinus node by Keith and Flack: on the centennial of their 1907 publication. Heart 2007;93: 1184-1187.
Rangel A. El nodo de Keith y Flack, el hombre de Piltdown y el sesgo de la ciencia. Revista Mexicana de Cardiología 2006; 17: 101-105.