Entrevista al Dr. César Belziti
Dr. César Belziti | Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Italiano de Buenos Aires
La elección de medicina fue por azar. Dentro de mis intereses estaban las Letras, con las que siempre he mantenido una relación especial y la biología. Un compañero de colegio secundario me pidió colaboración para preparar el ingreso libre a medicina y luego me entusiasmó para rendir el examen, que en esa época era muy exigente y lo aprobaban sólo un porcentaje menor de los postulantes. Antes de finalizar el secundario me encontré con el ingreso aprobado a una carrera de la que conocía muy poco y no tenía antecedentes familiares, ni de personas próximas que me pudieran asesorar.
No creo en la vocación específica, sí hacia una orientación general, como por ejemplo hacia las humanidades, sociales o técnicas. El apego a un tipo de conocimiento, a una actividad, se instala a medida que se va profundizando el entendimiento del tema, a medida que se enriquece la red del conocimiento, cuando se plantean problemas y se genera el entusiasmo por buscar soluciones.
Podría decir que no creo en el amor a primera vista, más allá de una atracción inicial, se requiere de la proximidad y del tiempo para mantener una relación firme y duradera.
Muy poco antes de ingresar a medicina leí un vieja novela, “Cuerpos y Almas”, que relataba la vida de un joven médico en París en la década del ’30. Recuerdo aún haberme emocionado con la heroicidad del médico que falleció contagiado por la tuberculosis de sus pacientes. Creo que la necesidad de riesgos y aventuras son parte de la vida y puede ser que haya intervenido en mi decisión.
Pasados los años, no creo que pudiera desarrollar otra tarea con mayor satisfacción y no me imagino haciendo otra actividad distinta a ejercer la medicina.
Con respecto a la elección de cardiología fue más racional. Trabajé como ayudante de Fisiología en la cátedra del Dr. Alberto Houssay y cursé la unidad hospitalaria en el Instituto de Investigaciones Médicas, bajo la dirección del Dr. Alfredo Lanari. Ambas experiencias me vincularon con el método experimental, con la medición de resultados y fundamentalmente con la incorporación de nueva información y también de tecnología. Interpreté que la cardiología moderna, en franco desarrollo, era la especialidad que más se adaptaba a ese perfil y considero no haberme equivocado.
Pasé por una fugaz etapa en que pensaba, probablemente, como muchos de nosotros, que con nuestro genio y esfuerzo podríamos resolver todos los problemas, digamos que me veía como Ramón y Cajal descubriendo conexiones neuronales con su microscopio o como Witherin con sus hojas de digitalis lanata.
Comprendí rápidamente que en la medicina actual los superhéroes no existen y que el trabajo en equipo es lo que permite, no sólo el beneficio del paciente, sino también el crecimiento individual.
Mi residencia en el Hospital Italiano de Buenos Aires y mi desarrollo en esa institución, que estoy convencido que es una verdadera escuela de Cardiología, me fueron planteando diferentes objetivos, de corto y mediano plazo, pero sin lugar a dudas, el medular era formar parte y tener opinión en un grupo de trabajo que priorice la dedicación, la seriedad científica y la aproximación afectiva al paciente.
Creo que cada uno de los médicos del Servicio de Cardiología del Hospital Italiano, que afortunadamente, la mayoría son aún mis compañeros de trabajo, han guiado indeleblemente mi carrera, alguno por su profunda formación humanística, otro por la sagacidad diagnóstica o por la visión práctica de un problema, o por la capacidad de analizar la información o la persistencia en defender sus ideas y todos sin excepción por integrarse en un grupo homogéneo de trabajo que ha mantenido su unidad y su forma de ver la medicina a lo largo del tiempo.
Sin lugar a dudas los más importantes son los que tengo por delante.
Pero para no eludir la pregunta, creo que ser el Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Italiano de Buenos Aires representa un honor del que me siento orgulloso.
Un tema que ocupa un lugar especial en mi afecto es la creación de las Jornadas Inter-residencias de Cardiología, germen del CONAREC, que llevan más de 30 años de vigencia y los registros “Proyectos CONAREC”, que se realizan desde 1991. El principal motivo es que han pasado la prueba del tiempo, señal de la necesidad de su existencia y además que, ni las Jornadas, ni los Proyectos tienen el nombre ni la marca de nadie, y son sus dueños, como corresponde, los residentes actuales.
Otro logro es la actividad en la Sociedad Argentina de Cardiología.
Mucho. Me ha permitido desempeñar múltiples funciones, tanto académicas, como docentes y de dirección. En todas he aprendido, probablemente más de lo que he enseñado. Ha sido una experiencia muy valiosa y que me ha permitido conocer a muchas personas del staff y colegas con los que conservo una hermosa amistad.
Realmente no lo sé. Cuando uno ya conoce una ciudad se olvida cómo la imaginaba antes de llegar a destino.
Pero creo que probablemente escritor o maestro de escuela.
Desde hace muchos años participo en la formación de cardiólogos y probablemente sea la parte de mi trabajo (me cuesta decir que es un trabajo) que más disfruto.
Como la medicina y la cardiología en particular son una materia cambiante, los médicos debemos tener la maleabilidad de adaptarnos a esos cambios. Para el crecimiento es mejor ser arcilla que hierro. En cambio para las convicciones de fondo (seriedad científica, respeto a la persona) elijo la segunda opción.
Para respetar a Miguel de Unamuno que decía “Aborrezco a los hombres que hablan como los libros y amo los libros que hablan como los hombres”, puedo decir en pocas y sencillas palabras que nuestra profesión se aprende (y se aprehende) estudiando y estando cerca de los que saben más que nosotros.