Entrevista al Dr. Jorge Lowenstein
Dr. Jorge Lowenstein | Jefe de Ecocardiografía Investigaciones Médicas y Diagnóstico Médico sede Cabildo, Buenos Aires | Director Asociado a la Revista Argentina de Cardiología. Ex Presidente de ECOSIAC
No tuve la influencia de médicos cercanos en la familia, salvo un tío abuelo al que nunca conocí, porque finalizó sus últimos días en Auschwitz.
Creo que estuve bajo los influjos de la Lectura: C.W Ceram en su libro “Dioses, Tumbas y Sabios” casi me convenció que la Arqueología era lo mío. Durante la época que leía las novelas de Isaac Asimov y las primeras obras de Carl Sagan ya estaba casi por averiguar qué posibilidades había de ingresar a la NASA.
Pero el libro “Cuerpos y almas” de Maxence Van der Meersch, y especialmente los relatos de Paul Kruif en “Cazadores de Microbios”, me convencieron en los primeros años del colegio secundario que las ciencias médicas iban a ser mi futuro y sin lugar a dudas, me iba a dedicar a la investigación y seguramente en contribuir a la humanidad con algún colosal descubrimiento.
Pero las cosas fueron muy diferentes, estudié medicina. Mi relación con la investigación fue muy corta; solamente en el último año de la carrera concurrí por algunos meses al Laboratorio del Instituto que dirigía Alfredo Lanari para medir la actividad en sangre de ciertas proteínas denominada complemento (especialmente el C3 Y C4) y rápidamente ingresé a la residencia de Clínica Medica del Hospital Aeronáutico Central.
Aquí el nivel académico no era superlativo, pero además de todos los diagnósticos diferenciales posibles (gracias al Dr. Roberto Mugnolo) me enseñaron a comprender al enfermo en toda su dimensión, especialmente la importancia de la relación médico-paciente. Entonces decidí que la Clínica Médica era la verdadera medicina.
Una tarde el Dr. Julio Miniagurria me vio reanimar un paciente y tal vez impresionado por la vehemencia con la que lo recuperamos, me ofreció la coordinación de la Unidad Coronaria del Sanatorio Agote y a fines del 1974, su jefatura.
¡¿Cómo iba a dirigir una Unidad Coronaría un médico clínico?! Por lo tanto, no me quedaba otra alternativa que hacer el curso Universitario de Cardiología en el Hospital de Clínicas, bajo la dirección del Profesor Albino Perosio.
No me arrepiento, porque allí conocí a verdaderos maestros como Luis D. Suarez, Ignacio Corsini, Bernardo Boskis, Manuel Cuesta Silva, Augusto Torino y una larga lista de profesores. Sería imposible enumerar a todos los que me convencieron que el corazón era el órgano más apasionante, maravilloso y misterioso del cuerpo humano.
Otra historia, no mucho más corta, es el por qué abracé la ecocardiografía, mi actual pasión, pero esto lo contaré en otra ocasión.
En definitiva, la vida nos va llevando por distintos caminos, no siempre como lo imaginamos, pero si uno sabe aprovechar las oportunidades termina sin lamentos, enamorándose de lo que hace.
Pues, como todo cardiólogo que pasaba el día en la Unidad Coronaria, el objetivo era salvar todas las vidas posibles, dar de alta al paciente con la mejor función ventricular y contribuir a su rehabilitación psicofísica. También buscaba cumplir con la ímproba tarea de convencer a nuestros pacientes que luego del evento agudo iban a disfrutar una mejor calidad de vida que la que estaban acostumbrados.
Otros objetivos iniciales fueron dar a conocer nuestros resultados en Congresos y comparar los propios con los de otros centros de referencia nacionales.
En los años de estudiante en la etapa de Unidad Hospitalaria fue la figura del Profesor Alfredo Lanari la que siempre me fascinó; época de oro del Instituto de Investigaciones Médicas (IDIM), donde el Dr. Lanari era el director de uno de los primeros centros de Investigación Clínica del mundo. Allí sobresalían, entre muchos otros, los Dres. Agrest, Teitelbaum, Sanchez Avalos, Finkielman, Barrouse, Roncoroni, Firmat, Podestá, Rodo. Eran memorables las reuniones anátomo-clínicas y cada uno de estos maestros dejó alguna impronta en mi formación.
Ya como residente los Dres. Cesar Agost Carreño y Julio Muniagurria fueron mis guías en el Hospital Aeronáutico Central y la indiscutible figura de Carlos Bertolasi, desde la sabia modestia de sus interconsultas, hasta sus recordadas conferencias magistrales en los Congresos de la SAC.
Como ecocardiografista mis principales mentores fueron Harvey Feigenbaum, el verdadero resurrector de la ecocardiografía en el mundo, pionero en el campo de la digitalización de la imagen y Eugenio Picano, de Pisa: un verdadero genio, que me permitió participar en todos sus estudios multicéntricos y colaborar en sus últimos libros.
Aún hoy tengo modelos mas jóvenes que yo, que los considero verdaderos amigos como Roberto Lang, de Chicago y Miguel Ángel García Fernández, de Madrid.
En la época de la trinchera de la Unidad Coronaria durante 20 años atendimos en el Sanatorio Agote a miles de infartos de miocardio y otras patologías agudas y sub-agudas como tromboembolismo pulmonar (TEP), endocarditis bacteriana y pacientes con insuficiencia cardíaca de la etiología más diversa.
Tuve la fortuna de estar rodeado de un equipo de jóvenes médicos que hoy son conocidos en el mundo o se destacan en nuestro país.
Con el Dr. Carlos Kaski reconocíamos espasmo coronario casi a diario; con el Dr. Roberto Boughen, Carlos Luna y Jorge Cáneva realizamos los primeros tratamientos en el país con uroquinasa en el TEP masivo, con angiografías pulmonares al pie de la cama con catéteres de Swan Ganz.
Los otros médicos de guardia y coordinadores, son hoy reconocidos cardiólogos, profesores o Directores de Sanatorios o jefes de servicio.
A principios de los años 80 el nuestro era uno de los pocos Sanatorios con la posibilidad de contar con un ecocardiógrafo sólo para la Unidad Coronaria.
Posiblemente más conocido y duro fue la introducción del Eco-estrés en la Argentina, una técnica esotérica a mediados de los 80 que lentamente fue imponiéndose y que hoy ha desplazado del Olimpo a la mismísima medicina nuclear.
Y a nivel extramuros, nuestros trabajos más destacados versan sobre la medición de la reserva coronaria en forma no invasiva mediante Doppler transtorácico, lo que me permitió como profesor visitante mostrar la técnica en reconocidos hospitales de los EEUU, Israel, Rusia y aún en el mismísimo Japón, lugar donde se iniciaron los primeros trabajos en el mundo.
En los últimos 10 años pude ejercer la docencia en el tema de la ecocardiografía, en la mayoría de los países del continente, especialmente con talleres prácticos, mostrando las nuevas tecnologías que diariamente utilizamos en los Servicios de Cardiodiagnóstico de Investigaciones Médicas de Buenos Aires.
Me enorgullece también que anualmente aceptamos en nuestro centro, sin ningún costo, a decenas de pasantes de nuestro país y a muchos extranjeros que vienen a aprender eco-estrés y a utilizar las nuevas herramientas del eco Doppler.
No menos importante, fue siempre tratar de ejercer con el ejemplo y tal vez esto influyó para que a nuestro hijo Diego Lowenstein Haber, a pesar de su juventud se lo considere un excelente cardiólogo, muy apreciado por sus colegas y pacientes.
No ingresé desde joven por la idea de que era un grupo elitista, pero confieso que desde adentro lo viví absolutamente distinto.
Me permitió desde el Consejo de ecocardiografía colaborar y luego dirigir por un año, el grupo de ecocardiografistas del Consejo Orías, ejercer la docencia y participar en la organización de casi todos nuestros Simposios y Congresos.
En los últimos años, la SAC me permitió dirigir un curso anual de Eco-estrés, que se realiza en su sede y posiblemente único en el mundo por sus características docentes.
Con algunos integrantes del consejo y amigos de Latinoamérica fundamos desde la SAC en el año 2004 la actual Asociación de Ecocardiografía de la Sociedad InterAmericana de Cardiología (ECOSIAC), que actualmente cuenta con más de 3.300 asociados en todo el continente.
Tener el aval de las autoridades de la SAC para organizar eventos mundiales como el Maravilloso Mundo de la ecocardiografía en el 2008, y el primer Summit Mundial de Sociedades Ecocardiográficas del Mundo en el 2011.
La SAC me convocó como vocal en la época que el Dr. Héctor Maisuls fue presidente, lo cual me relacionó con la Revista Argentina de Cardiología (RAC) y con su anterior Director, el Dr. Carlos Tajer.
Actualmente, la actividad que más disfruto son las reuniones semanales de los miércoles con un grupo de médicos que además de humanistas, poetas e historiadores, son excelentísimos cardiólogos. Como director asociado de la RAC me permitieron ser el editor encargado de un número anual dedicado a la imagen cardíaca, labor que nunca voy a dejar de agradecerles.
En conclusión, ser miembro titular de la SAC me permitió encontrar un grupo de personas generosas, con objetivos similares y la posibilidad de trabajar en equipo.
Indudablemente dentro de las ciencias, la arqueología era un imán poderoso; árida, aburrida y poco rentable para muchos, yo la considero fascinante por la posibilidad de escrutiñar en la profundidad de la historia.
Otra interesante actividad podría haber sido la astronomía, ya que queda tanto por conocer de los cuerpos celestes del Universo.
Hoy no me veo en otra función que la de médico.
Pero ahora me doy cuenta de que las tres actividades tienen un común denominador: el arte de la interpretación, intentar develar las muchas incógnitas de las bellezas ocultas en las profundidades de la tierra, en las galaxias o en el cuerpo humano.
Que respeten a sus maestros y sigan a los que predican con el ejemplo.
Que conozcan la historia de los que trazaron las huellas para que podamos transitar con menos dificultades.
Que no dejen de estudiar ningún día de su vida y que no pierdan la curiosidad del niño; que nunca abandonen sus sueños.
Que sólo sean fundamentalistas de la ética; lo que hoy parece una verdad absoluta avalada por la evidencia científica, mañana deja de serlo.
Que no crean en todo lo que se publica; la mayoría de los resultados de trabajos científicos el autor nunca los aplica en su práctica diaria. Hay un mundo real de la evidencia en la medicina de todos los días y el terreno de las publicaciones, donde la mayoría de los autores tiene miedo de perecer, o no conseguir fondos de investigación si no publican.
Que nunca pierdan el enfoque clínico de la cardiología, independientemente de la “sub especialidad” a la que se dediquen.
Que tengan sentido de pertenencia y participen de las sociedades científicas.
Que recuerden siempre que el enfermo que les consulta, les está pidiendo ayuda, que más que el diagnóstico de certeza necesita que se le escuche, se le calme la angustia y se le dé esperanzas. Primero el paciente, luego la enfermedad.