Entrevista al Dr. Jorge Thierer
Dr. Jorge Thierer | Jefe Unidad Insuficiencia Cardíaca y Médico Unidad Coronaria CEMIC
Ex director del Consejo de Insuficiencia Cardíaca e Hipertensión Pulmonar de la Sociedad Argentina de Cardiología
Director Asociado de la Revista Argentina de Cardiología
Mi padre era médico, endocrinólogo. Era muy reservado, y nunca hablaba en casa sobre su trabajo. No podría decir que haya hecho ningún esfuerzo consciente para que yo eligiera su profesión. Tampoco fue la biología el centro de mis intereses en la infancia y adolescencia, ni me llamaba la atención leer nada al respecto. De hecho, me atraían mucho más la matemática, la historia y la literatura. Quiere decir que no había una inclinación personal hacia el tema de estudio de la medicina, ni el deseo de mi padre de que yo siguiera sus pasos. Sin embargo, desde los 14 ó 15 años me orienté en ese sentido, básicamente por la función social del médico y su capacidad de ayudar. Y aunque mi papá me instaba a que siguiera Exactas, yo entendía (sin duda, erróneamente) que esa era una carrera alejada de la gente, mientras que Medicina me permitiría trabajar por los demás. Tal vez yo veía en mi padre lo que él por pudor buscaba ocultar.
Los primeros años en medicina fueron duros. Me iba bien, pero empecé a dudar. Así que tanto en primero como en segundo año decidí dejar….y volví a los pocos días. Estudiaba anatomía, fisiología, microbiología (¡qué sufrimiento!) y me consolaba con la idea de dedicarme ya recibido a la psiquiatría. Pero llegó cuarto año, la Unidad hospitalaria en el Durand, y la cursada de semiología cardiológica. Y encontré en la cardiología el orden dentro del desorden. Había razones por las que el primer ruido aumentaba o disminuía, por las que el segundo ruido tenía un desdoble fijo, y en todo subyacía un argumento cercano a la matemática. Era la época de volúmenes, fracciones, cargas, y todo me resultaba fácil. Así que supongo que por eso me quedé con cardiología, por mi inclinación a las matemáticas.
Me gustaban las matemáticas y terminé desarrollándome en el campo de la bioestadística. Me atraían la historia y la literatura, y dediqué parte de la vida a dar charlas, que es una forma de contar historias. Creo que a la larga uno encuentra la manera de expresar, limpia u oscuramente, sus inclinaciones.
Hice la residencia en el Hospital italiano, y diría que mi principal objetivo era saber y entender. ¡Y no era fácil! Decidí en los primeros años leer libros, no artículos. El libro de valvulopatías del Servicio, el libro de electrocardiografía de Tranchesi, el de electrofisiología de Watanabe, y así. Lo bueno era tener bases sólidas, lo malo que muchas veces sentía que quedaba pagando cuando se mencionaba algún estudio clínico que se había publicado en el New England Journal. En esa época mi centro de interés era la cardiopatía isquémica. Recuerdo un libro con una serie de artículos, Progress in Cardiovascular Diseases, traducidos al castellano que yo tenía en unas fotocopias anilladas, y que leía con detenimiento, tratando de memorizar todo. Y los primeros artículos en inglés, que leía con el diccionario al lado, y que en otra muestra de obsesividad traducía en los márgenes, de manera que cada uno me podía llevar horas. No recuerdo que tuviera deseos específicos de alcanzar tal o cual posición, aunque es claro que valoraba poder quedarme de alguna manera en el Servicio, que era para mí la meca de la cardiología.
Cuando yo estaba en quinto o sexto año de la carrera, vi una vez, en un programa “de la tarde” un reportaje a un cardiólogo que me impresionó por la actitud, el porte y la manera de expresarse. Era Raúl Oliveri. Cuando me presenté al examen de residencia de Cardiología en el Italiano, la entrevista fue con él. Me hizo preguntas sobre libros, y sobre algunas decisiones que tomaría en la vida médica, y (aunque salí convencido de que no entraba) tuve la suerte de que me eligiera. Y cuando apenas había iniciado la jefatura de residentes, me ofreció quedarme con la beca de Insuficiencia Cardíaca durante dos años a partir de la finalización de la jefatura, aunque, como siempre digo, yo no había demostrado ningún interés especial por el tema y ni siquiera había leído el CONSENSUS. Y cuando escribió su libro de insuficiencia cardíaca me ofreció ser el coordinador de la publicación. Le debo sin duda mucho. Y después claro, el Italiano era una escuela para aprender a pensar. De Doval, Cagide, Bazzino y los demás aprendí formas de encarar los problemas y razonar. Y era enriquecedor no solo cuando coincidían, sino también cuando discrepaban. La actitud a la hora de leer (porque no preguntaban “¿Leíste tal artículo?” sino “¿Lo leíste bien?”) es la mayor enseñanza que me llevé de allí.
Hice muchas cosas, pero son muchas más las que no hice. Aprendí mucho, pero es muchísimo más lo que no sé. De manera que, y volviendo a las razones que esbocé en la primera respuesta acerca de la razón por la que elegí ser médico, resumiría todo diciendo que es un logro enorme que a mis colegas les interese mi opinión, que me escuchen, coincidiendo o no con lo que digo, sabiendo que siempre busco ser honesto, en el acierto y en el error. Que a un grupo de cardiólogos jóvenes como ustedes se les ocurra entrevistarme, cuando antes lo hicieron con los que yo admiraba y admiro, eso es un logro. ¿Qué más se puede pedir?
Muchísimo. Trabajo activamente en la SAC desde hace más de 20 años. Aquí conocí e interactué con muchos de los que ahora son mis amigos. Aprendí, entre otras cosas, cardiología. Me nutrí en ateneos, jornadas y Congresos. Pude viajar a innumerables ciudades, hablé con colegas de todas las provincias, pude desarrollar actividad docente en la sede central con los residentes, en todo el país con cardiólogos ya formados; dirigí Áreas y Consejos, participé en la dirección de Registros Nacionales, colaboré en otros proyectos de investigación. En los últimos años la Revista y el Consejo de Insuficiencia Cardíaca, y en el último la página web son mis lugares de trabajo. Veo cómo ha crecido la SAC desde que empecé y reconozco el trabajo de tantos y tantos. Dedicar parte de nuestro tiempo a los demás con un fin superior, y eso es lo que hacen todos los que activan en la SAC, ¿no es una forma más de ser médicos?
Me hubiera dedicado a la literatura. Es un vicio para mí muy anterior a la medicina, desde que mi mamá me enseñó a leer, y será mi compañía cuando el alma y el entendimiento no me den para seguir ejerciendo la profesión. Leo no para pasar insensiblemente el tiempo (aunque no conozco mejor manera de que eso suceda), sino con espíritu crítico, atento a los recursos, pensando cómo me hubiera gustado expresar tal o cual idea. Escribía cuando era más joven, espero poder hacerlo nuevamente cuando sea mayor. ¿Podré?
Que traten de hacer, en el ancho mundo de la cardiología, lo que verdaderamente les guste. Hay lugar para la asistencia, para especializarse en diferentes patologías, para ser duchos en una o más técnicas, para dedicarse a la investigación. Que busquen incansablemente el destino que desean. Solo haciendo lo que les guste van a ser buenos en su tarea, y el trabajo será entonces fuente de alegría y no una maldición bíblica.
Que no desesperen si las cosas no se dan de entrada. Muchas veces el futuro luminoso nos encuentra en un presente gris. Que estén atentos a las oportunidades, que no se encierren, que se abran a los otros.
Que no olviden por qué y para qué decidieron ser médicos. Pero que no olviden tampoco que no son solo médicos, y que su saber no solo médico debe ser. Que aprendan otras cosas, que lean o escuchen música, que vean mucho cine, que dediquen tiempo a su familia y amigos, que piensen siempre en mejorarse. Lo digo desde el tiempo que pasa cada vez más rápido, y cuando ya es inevitable pensar en lo que se perdió. Porque ser personas más completas y con horizontes más amplios nos hace más felices. Y, si quieren, nos hace ser también más comprensivos, empáticos y compasivos. Nos devuelve al origen de nuestra vocación. Y por eso, y aún cuando no sea el objetivo, hace de nosotros mejores médicos.