Entrevista al Dr. Julio A. Panza
Dr. Julio A. Panza | Chief of Cardiology, Westchester Medical Center. Professor of Medicine and Endowed Chair of Cardiology, New York Medical College
Nunca pude contestar con exactitud la pregunta de por qué elegí estudiar medicina. Desde mi infancia asumí que iba a ser médico, pero no recuerdo si hubo algún hecho específico que me impulsó. Lo que sí recuerdo es que hacia el final del colegio secundario, mi padre me preguntó en un almuerzo familiar: “¿Y, ya decidiste que vas a estudiar?” a lo cual le respondí: “Por supuesto: medicina” pensando para mis adentros “¿Qué clase de pregunta es ésa?; la decisión ya fue tomada hace mucho tiempo”.
El interés por la cardiología surgió durante el cursado de fisiología, en segundo año de la facultad. También me atraían, en ese momento, endocrinología y neurología. Pero el factor determinante ocurrió durante el cursado de semiología el año siguiente. Tuve la fortuna de cursar esa materia en el Hospital “Granadero Baigorria” (afiliado a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario) donde el Jefe de Cátedra era el Profesor Osvaldo Robiolo, quien era un excelente docente que influyó a muchos. Recuerdo una mañana, al comienzo del año, cuando estaba sentado en la primera fila esperando que comenzara la clase teórica. El Prof. Robiolo estaba reclinado sobe el podio también esperando que se complete la asistencia del auditorio para empezar la clase. Entonces entró una enfermera con un electrocardiograma doblado en varias partes pidiéndole al profesor si podía interpretar el trazado. El Prof. Robiolo dejó caer el rollo de papel sosteniéndolo por un extremo e hizo pasar el registro bajo sus ojos en no más de 10 segundos, luego de lo cual lo volvió a enrollar y se lo entregó de vuelta a la enfermera con las palabras: “Es absolutamente normal”. Este simple acto tuvo en mí un efecto profundo, porque me pareció entonces casi increíble que alguien pudiera descifrar esas líneas jeroglíficas tan rápido. Me dediqué entonces a estudiar la electrocardiografía con el mismo entusiasmo que me producía leer un libro de aventuras, y al final del cursado de semiología mi interés por la cardiología ya había opacado otras áreas de la medicina. Hice la segunda mitad de la carrera convencido de que iba a ser cardiólogo.
Durante mi residencia en el Hospital Italiano de Buenos Aires (entre los años 1982 y 1986), surgió mi interés por entender el rol de los cambios del tono vascular coronario en la presentación clínica de la cardiopatía isquémica, tanto aguda como crónica. En esa época, había un gran interés científico sobre el espasmo coronario como desencadenante del infarto de miocardio y la modulación del umbral isquémico secundaria a cambios en el tono vascular coronario. Un gran pensador y propulsor de estos temas fue Attilio Maseri, quien en esos años estaba trabajando en el Hammersmith Hospital en Londres. Mi sueño entonces se volvió ser partícipe de esa investigación y pasar de ser un lector ávido de artículos publicados por otros a un contribuyente activo en lo que yo veía como el futuro del conocimiento cardiológico.
Sobre el final de mi residencia, descubrí los trabajos que había realizado unos años antes Robert Furchgott sobre la importancia del endotelio en la regulación del tono vascular y ése se volvió el tema central de mi interés académico. Pude obtener una beca de un año para trabajar en el National Institute of Health (NIH) en Bethesda y salí del país con ese objetivo, a sólo 3 meses de finalizada mi residencia. Esa beca se transformó en una carrera de 15 años en el NIH, donde pude cumplir con mi sueño de desarrollar un laboratorio de investigación clínica dedicado al estudio de la función endotelial.
Tuve –y tengo aún– muchos colegas que han influenciado mi carrera. En el inicio, todos los médicos de planta del Servicio de Cardiología del Hospital Italiano tuvieron una influencia muy positiva. Y más que alguno en particular, creo que era la relación entre ellos que creaba una atmósfera de curiosidad científica dominante con un gran acento en la superación académica permanente. Esos años de la residencia fueron cruciales para mí, porque adquirí una visión diferente de lo que la medicina podía llegar a significar en mi vida, más allá de lo estrictamente profesional. Y aprendí entonces que el estudio de la cardiología puede ser un desafío intelectual único e irrepetible.
Más adelante, y ya en Estados Unidos, tuve la suerte de trabajar con grandes maestros de la cardiología. Sin lugar a dudas, mi principal mentor fue el Dr. Stephen E. Epstein, quien era jefe de Cardiología en el NIH cuando yo llegué. Bajo su tutelaje, comencé mis primeros pasos como investigador clínico y su apoyo fue determinante para que pudiera desarrollar mi propio laboratorio años más tarde. Lo que más perdura de su enseñanza es la forma de pensar y deducir usando un lenguaje estrictamente científico, de forma tal que ideas en principio no asociadas sean traducidas a preguntas e hipótesis que puedan, a su vez, ser resueltas con los métodos de investigación disponibles. También de él aprendí el método de escribir para la literatura médica y de dar una conferencia.
Hace un par de años y a raíz de una oferta importante para cambiar el curso de mi carrera, tuve que responderme la misma pregunta para poder así tomar una decisión que sabía que iba a ser crítica. Obviamente, considerar un logro como “el más importante” depende del parámetro que uno utilice como medición. Decidí entonces que iba a considerar como “lo más importante” aquello que me había dejado el mayor grado de satisfacción profesional. En mi carrera, he tenido la oportunidad de trabajar activamente en las 4 áreas de ocupación potencial de un médico, a saber: 1) actividad clínica (fui Director de Ecocardiografía por 11 años y Director de Unidad Coronaria por 8 años y sigo prestando servicio en el consultorio ambulatorio y en la Unidad Coronaria en mi posición actual); 2) investigación (trabajé en el NIH por 15 años llegando a alcanzar el status de Tenured Scientist luego de revisión crítica de mis trabajos por científicos fuera de la institución); 3) docencia (fui Director de un Programa de Fellowship de Cardiología por 7 años y soy Profesor de Medicina desde el año 2004); y 4) administración y gestión (que ocupa gran parte de mi tiempo desde que alcancé el rango de Jefe de Cardiología en el año 2009).
De todos los objetivos alcanzados como parte de estas actividades, el que me dejó más satisfacción profesional fue el haber diseñado e implementado un sistema de atención, así como la construcción de una nueva planta en la Unidad Coronaria del Washington Hospital Center entre los años 2001 y 2005, cuando inauguramos la nueva unidad. Creo que nunca me sentí más a gusto con mi profesión que durante las recorridas de sala en esa unidad dentro de un hospital que desbordaba de actividad clínica cardiovascular y donde se llegaron a hacer, en su momento más activo, hasta 80 cateterismos cardíacos por día. En este momento estoy embarcado en un proyecto similar, pero a nivel de Servicio de Cardiología. Y fue justamente el haberme planteado y respondido la misma pregunta de esta entrevista lo que me afianzó en la decisión de dejar Washington, DC y venir a Nueva York hace un año y medio, en octubre de 2013.
Creo que la actividad societaria, que puede llevarse a cabo en muchas formas, tiene su importancia relativa en la carrera médica. Ningún médico practica la medicina en forma aislada y es través de las actividades societarias donde se cotejan ideas y se establecen vínculos que a veces llegan a convertirse parte fundamental de la vida profesional. En mi caso particular, he estado involucrado por muchos años y en diferentes roles dentro del American College of Cardiology y siempre he tratado de mantener un vínculo a pesar de la distancia, cuando he sido invitado, tanto con la Sociedad Argentina de Cardiología como con la Federación Argentina de Cardiología. De todos modos, nunca me interesó hacer una carrera política en una sociedad científica, para lo cual es necesario dedicar tiempo y esfuerzo si uno quiere, por ejemplo, llegar a ser presidente o tener un cargo administrativo de jerarquía. Por lo tanto, la actividad societaria en sí misma (es decir, más allá de la participación en actividades científicas) no ha sido una parte importante de mi carrera.
Honestamente, no lo sé. Creo que si volviera a nacer, empezaría de nuevo en la facultad de medicina. Y si me lo prohibieran y tuviera que elegir otra cosa, me imagino dedicándome a alguna de las dos cosas que más me gustan: la música y la literatura de ficción. Lamentablemente, no tengo ninguna aptitud musical, no está en mi ADN. Y para la literatura, creo que me falta lo que hay que tener para largarse a publicar un libro, una cierta falta de vergüenza. Soy un ávido lector de ficción, fundamentalmente de literatura argentina y literatura clásica americana e inglesa. Siempre pienso que algún día voy a terminar una novela que empecé a escribir a principios de los ’90. Pero estoy seguro de que, si en alguna etapa futura de mi vida encuentro el tiempo para hacerlo, va a ser para satisfacer una necesidad personal y no para publicarla. Con lo que ya hay publicado, no veo qué es lo que uno pueda aportar en forma cualitativa. Si hay un Purgatorio, los que publican un libro deberían tener una sección especialmente dedicada a ellos.
Dar consejos es peligroso, porque necesariamente el que da consejos se basa en su propia experiencia y entonces el mensaje sale siempre sesgado. De todos modos, y en el espíritu de las “reflexiones desde la experiencia”, es válido transmitir los valores que uno ha aprendido a través de los años, sólo con la intención de dejar un mensaje que pueda ser destilado en forma adecuada por quien lo recibe (o en este caso, lo lee).
Al pensar en la respuesta a la pregunta, se me ocurren 4 valores fundamentales para concebir una carrera médica exitosa, que los enumero a continuación, de acuerdo a su importancia en forma decreciente. Primero, el interés por el paciente está por encima de todo. A pesar de que ésta es una frase hecha, se perciben todos los días situaciones en las cuales este principio fundamental no se cumple. Y en general no es en forma descarada, sino sutil. El que piensa en el interés del paciente primero se puede equivocar, pero siempre va a estar del lado de la verdad. Segundo, hay que respetar a nuestros colegas. Sin colegas, no hay cardiología y es mucho más sano fundar una carrera profesional en el respeto mutuo que en la desconfianza o, aún peor, el agravio. Tercero, todo aspecto de la práctica médica (asistencia, investigación, educación, y trabajo administrativo) debe ser encarado con el máximo rigor. Dejar el rigor de lado (por ejemplo, no actualizarse con la literatura médica u opinar sin fundamentos) significa entrar en una pendiente de declive progresivo de la cual, a veces, es difícil retornar. Por último, creo que es fundamental tener una visión global de la carrera para saber dónde uno se encuentra parado en cada momento. Esto es muy difícil, sino imposible, de lograr en las etapas tempranas. Por eso es importante tener un mentor, alguien con experiencia que sirva de guía en momentos cruciales de decisión. Hay veces en las que ciertas propuestas profesionales llegan demasiado temprano o demasiado tarde en la carrera. Saber cómo evaluar el tempo de una carrera profesional para tomar la decisión adecuada en cada momento es algo que se logra (y no siempre) sólo a través de una visión global, la cual se adquiere con la experiencia.