Entrevista al Dr. Marcelo V. Elizari
Dr. Marcelo V. Elizari | Jefe de la División Cardiología del Hospital Ramos Mejía (1987-2012) | Presidente SAC 1994
Mis padres, ambos maestros en una escuela rural localizada en el Paraje las Horquetas, ubicado a varias leguas de Piedra del Águila, tuvieron una influencia decisiva en mi educación y formación. Al compartir con ellos la experiencia de vivir prácticamente aislados del mundo (en el Paraje sólo había un boliche y la escuela), mi infancia transcurrió estudiando, leyendo en la biblioteca de la escuela y trabajando la tierra.
Mi tío, Ireneo Elizari Zabalza, médico rural, cirujano y especializado en tocoginecología, despertó en mí una genuina atracción por la medicina. Ya adolescente frecuentaba su compañía y presenciaba sus intervenciones quirúrgicas. Su amor por la profesión, la responsabilidad y seriedad con la que realizaba cada acto médico, su espíritu inquisitivo y crítico, su entusiasmo contagioso y la dedicación perseverante e infatigable al trabajo me cautivaron y marcaron de manera irrevocable el rumbo para la elección de la carrera médica.
Ingresé en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en el año 1955. Mi idea inicial era seguir los pasos de mi tío y especializarme en Tocoginecología. Sin embargo, siendo prácticamente menor en la Guardia del Hospital Alvarez (años 1959-1960), conocí al Dr. José Andrés Pascual, médico del Pabellón de Cardiología Luis H. Inchauspe de Cardiología del Hospital J. M. Ramos Mejía. Sorprendido Pascual por mis diagnósticos cardiológicos me conminó de manera imperativa tener una entrevista con el Dr. Mauricio Bernardo Rosenbaum con la idea que me incorporara a su grupo de trabajo en el Hospital Ramos Mejía orientado a la electrocardiología. Después de una entrevista personal con el Dr. Rosenbaum, como condición para incorporarme a su equipo me dijo “comprá el libro “Electrophysiology of the Heart”, de B. Hoffman y P. Cranefield y en 15 días me lo comentás”. Pasé la prueba y en febrero de 1961 comencé a trabajar bajo su dirección.
Rápidamente me di cuenta que había encontrado a un verdadero maestro, mentor y guía en los 43 años de trabajo y amistad que compartí con ese hombre de costumbres austeras, sencillo, generoso y con una mente brillante.
El Jefe del Pabellón Inchauspe era el Profesor Titular de Clínica Médica Dr. Blas Moia y director de la primer Unidad Hospitalaria en el Hospital Ramos Mejía. Como ayudante de la Cátedra, tuve la posibilidad de formarme de manera paralela en clínica médica y cardiología.
Aquí se hace una obligación de mi parte reconocer que he sido una persona favorecida por el azar desde mi infancia y adolescencia para generar en mí una vocación genuina y luego poder desarrollarla y disfrutarla plenamente haciendo investigación, docencia y actividad asistencial bajo la conducción de Rosenbaum. Su sagacidad clínica, su búsqueda permanente de nuevos conocimientos, sus dotes docentes, su adhesión irrestricta a los principios éticos y morales que rigen la profesión, su carácter sereno y afable hicieron que a su alrededor se reuniera un grupo de jóvenes especialistas con quienes construyó la Escuela de Electrocardiografía más prestigiosa de nuestro país y admirada a nivel internacional. Él siempre inculcó el trabajo en equipo. Si las investigaciones realizadas en el seno de la escuela de electrocardiografía del Pabellón Inchauspe dirigida por Rosenbaum fueron innumerables, también lo fue el número de discípulos que crecieron a su lado y que hoy ocupan lugares destacados en el país y en el mundo, diseminando las enseñanzas y las experiencias adquiridas.
Rosenbaum legó a sus colaboradores y discípulos un ejemplo de amor y respeto por los pacientes, de tenacidad en la búsqueda lúcida e intachablemente honesta de la verdad científica y de humildad sincera, que sólo es patrimonio de los verdaderos arquetipos.
Los logros más importantes en mi carrera se refieren a las investigaciones en el campo de la electrocardiografía y las arritmias. En la década de los 60 publicamos el libro Los Hemibloqueos (premio Rafael Bullrich de la Academia Nacional de Medicina y premio Sívori de la UBA) que condensó las investigaciones sobre la anatomía, fisiología, fisiopatología y clínica de la conducción cardíaca. Así surgió el concepto de la trifascicularidad del sistema de conducción cambiando el viejo paradigma de su bifascicularidad. Esto llevó a la descripción de los hemibloqueos y bloqueos bi y trifasciculares, conceptos que modificaron sustancialmente el diagnóstico electrocardiográfico. Este aporte fue aceptado de manera unánime por la comunidad científica internacional, reconociéndose su importancia en la práctica cardiológica. Con posterioridad, los estudios se orientaron a la fisiopatología de las arritmias cardíacas y a su tratamiento. Las principales contribuciones, producto de nuestro trabajo continuado en el Pabellón Luis H. Inchauspe fueron:
1. El concepto de hemibloqueos y la trifascicularidad del sistema de conducción;
2. La relación entre el automatismo y la conducción en la génesis de las arritmias;
3. El concepto de los bloqueos en fase 3 (dependientes de la taquicardia) y en fase 4 (dependientes de la bradicardia);
4. El mecanismo de los bloqueos aurículoventriculares paroxísticos;
5. La introducción de la amiodarona como antiarrítmico;
6. La descripción original de la modulación electrotónica de la repolarización ventricular y la memoria cardíaca;
7. El papel de los anticuerpos antirreceptores ß adrenérgicos y antirreceptores colinérgicos en las arritmias ventriculares y supraventriculares;
8. La heterogeneidad eléctrica del miocardio ventricular canino y humano;
9. La etiopatogenia del síndrome de Brugada (“Hipótesis de Buenos Aires”);
10. Las arritmias supraventriculares sensibles a la lidocaína.
El reconocimiento nacional e internacional de todos estos aportes dio lugar a innumerables invitaciones para dictar conferencias y participar en cursos, simposios y congresos dentro y fuera del país. En 1970 invitado por Charles Fisch de la Universidad de Indiana en calidad de Research Fellow, desarrollé un modelo experimental en el corazón canino para la realización de estudios electrofisiológicos. En 1972, como Profesor Visitante del US Public Health Hospital en Nueva York, tuve el enorme placer de trabajar con Anthony Damato, precursor de los estudios electrofisiológicos intracardíacos, con quien realizamos estudios experimentales para relacionar los potenciales eléctricos intracelulares con los extracelulares en la conducción del impulso en el haz de His y sus ramas en condiciones normales y anormales. En 1979, fui invitado por el Profesor Gargouil, Director del Laboratorio de Fisiología Animal de la Universidad de Poitiers (Francia) para investigar los complejos mecanismos de la farmacodinamia de la amiodarona. Con la experiencia adquirida en el exterior en la logística de los estudios electrofisiológicos in vitro, instalamos un laboratorio de electrofisiología celular en el Pabellón Inchauspe. Allí se llevaron a cabo estudios sobre la fisiología y fisiopatología del miocardio auricular y ventricular, como así también reveladoras experiencias con drogas antiarrítmicas (particularmente amiodarona, dronedarona y sotalol). Todas las contribuciones mencionadas fueron plasmadas en 180 publicaciones en revistas cardiológicas nacionales e internacionales de alto impacto, en 64 capítulos en libros y en 6 libros.
Mi carrera profesional hospitalaria (1961-2012) culminó con la Jefatura de la División Cardiología del Hospital Ramos Mejía desde el año 1987 hasta el 2012, donde trabajé durante 52 años compartiendo alegrías y tristezas con colegas que también entendieron que el hospital público es un lugar donde se puede formar un buen médico por el contacto permanente con el dolor, actuando con ternura y firmeza, eliminando males de raíz o brindando bálsamos fugaces, midiendo las palabras, el tono y la actitud. Esto es lo que siempre pretendí de mis médicos, técnicos, enfermeros y demás personal del Pabellón Inchauspe. Durante mi jefatura y después de mi retiro, el Dr. Pablo A. Chiale supo mantener y continuar con “el fuego sagrado” de nuestra escuela, cultivando los principios éticos y morales con pasión, esfuerzo y sacrificio sin límites e inculcando el trabajo en equipo, pero respetando las individualidades al mismo tiempo.
Más de 30 premios por trabajos científicos y trayectoria, Profesor Emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador, miembro de numerosas sociedades científicas y mi designación como Académico de Número de la Academia Nacional de Medicina constituyen para mí un preciado reconocimiento a mi trayectoria médica como investigador, docente y médico asistencial.
Una experiencia trascendente en mi vida profesional fue el paso por la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC). Cuando fui elegido Vice-Presidente por el Consejo Asesor en el año 1993, me correspondió presidir el Comité Científico del XX Congreso Argentino de Cardiología. En 1994, accedí a la presidencia de la SAC y con posterioridad, integré el Consejo Asesor hasta el año 2009. Otras funciones asignadas por la SAC fueron delegado ante la Sociedad Internacional de Cardiología y Director del Curso Superior de Especialistas en Cardiología de la Universidad de Buenos Aires y Sociedad Argentina de Cardiología (Curso UBA-SAC).
Todos los avances e innovaciones realizadas durante la gestión fueron el resultado de ideas y esfuerzos de todos los miembros de la Mesa Directiva y del Consejo Asesor o las sugerencias surgidas de los diferentes consejos de la estructura de la SAC. Un hecho notable fue que en el acto académico de 1994 se entregaron los primeros diplomas a los egresados del Curso UBA-SAC.
En la SAC encontré el apoyo generoso y amplio de quienes me acompañaron en la gestión. La colaboración material y espiritual de los miembros de las distintas áreas gravitó de manera decisiva en la actividad societaria, en la cual primó el deseo de hacer lo mejor en beneficio de todos sus miembros. La idea esencial fue sumar a la capacitación e idoneidad profesional los principios de la ética médica como pilares fundamentales en el ejercicio de la especialidad. En el año 1999, fui honrado por la SAC con la Presidencia del XVI Congreso Interamericano de Cardiología.
Esos años me permitieron apreciar el impulso ascendente de nuestra Sociedad gracias al esfuerzo de sus miembros, comprometidos con sus objetivos esenciales. Es importante señalar que el recambio periódico de los responsables de la conducción de la SAC es saludable, toda vez que los que sucedan mantengan una misma línea de pensamiento, objetivos comunes y el deseo que la SAC se supere día a día con la esperanza de ser cada vez más el referente académico y ético de los cardiólogos argentinos.
Después de esta descripción sintética de mi actividad profesional resulta claro que la medicina, y la cardiología en particular, fueron siempre mi gran pasión ejercidas con placer junto a mis colegas y amigos en el Hospital público. Mi familia supo respetar el reclamo permanente de esa gran vocación. Un suceso trascendente para mí fue la graduación como médica de mi hija, M. Amalia, también cardióloga y especializada en cardiopatías congénitas del adulto. Su capacidad, honestidad, rectitud profesional y vocación docente constituyen un motivo de sano orgullo. Si me preguntaran qué hubiese sido si no hubiese sido médico, o no hubiese podido, contestaría que probablemente hubiera elegido ser maestro de escuela.
Los cardiólogos jóvenes orientados a la medicina asistencial deberán ejercerla cumpliendo los mandatos de su concepción original en donde el respeto, la prudencia, la defensa de la vida, la responsabilidad y la conducta ética conforman los valores de nuestra función como médicos, tal como la concibieron nuestros maestros en nuestro país y en el mundo. Decía Alberto Agrest, egregio clínico de nuestro país, surgido de una escuela ilustre, que “el médico debe hacer lo que hay que hacer, lo mejor que se puede y lo mejor que se debe”. Si su vocación los conduce a la investigación, deberán profundizar el conocimiento de los temas no resueltos con honestidad, tenacidad y sacrificio en la búsqueda de la verdad científica.
La medicina, como la más noble y humana de las profesiones, le permite acceder al joven cardiólogo a asistir y cuidar al enfermo que tiene a su cargo y, al mismo tiempo, la posibilidad de transmitir las reglas de nuestro arte a las generaciones venideras con vocación académica, espíritu docente (enseñar y aprender) y la nobleza del propósito. Dirigido a los estudiantes de medicina, William Osler, decía “lo más difícil es convencer al estudiante que la educación que emprende no es un curso universitario, ni un curso de medicina, sino un curso de toda la vida para el cual los pocos años con profesores no son más que una preparación”. Capacitar al médico implica no descuidar sus capacidades expresadas en gustos, deseos y tendencias. Todo lo que él puede aprender se le debe enseñar sin límites en calidad y cantidad. No menos importante, los cardiólogos jóvenes deben saber que tendrán un futuro digno si son capaces de conducirse con seriedad y amor en su trabajo, defendiendo el derecho a la reflexión y a la crítica desde el respeto por nosotros mismos y por el otro.
A medida que envejecemos en esta profesión que avanza rápidamente no debemos perder la capacidad de disfrutar los descubrimientos que corrigen viejas ideas o paradigmas y aprender de los jóvenes mientras enseñamos. Esta es la única y verdadera profilaxis contra la decadencia de nuestra especialidad.